• Mar. Oct 28th, 2025

Solidaridad Cooperativa vs. Lucro Bancario

PorROBBY GABRIEL

Oct 27, 2025

Por Francisco Luciano/PRENSALIBRE INDEPENDIENTE.RD

En un mundo donde el dinero parece haber sustituido al propósito y la ganancia eclipsa al bienestar, las cooperativas de ahorro y crédito se erigen como un faro de justicia económica. Frente al modelo bancario tradicional, centrado en multiplicar beneficios para unos pocos, las cooperativas reivindican una idea simple y poderosa: el dinero debe servir a las personas, no al revés. Comprender esta diferencia no solo es un ejercicio teórico, sino una necesidad ética en tiempos donde la inequidad se disfraza de eficiencia.

A diferencia de los bancos comerciales, que maximizan la riqueza de sus accionistas mediante tasas especulativas y comisiones abusivas que castigan a los más vulnerables, las cooperativas operan bajo un principio radicalmente distinto: el bienestar de sus socios. No son instituciones de caridad, sino comunidades económicas democráticas donde cada decisión se toma bajo el principio de “un socio, un voto”. Allí, el maestro que ahorra con esfuerzo o el pequeño comerciante tienen la misma fuerza de voz, sin distinción de la cantidad de sus aportes. En los bancos, por el contrario, el poder reside en la cantidad de acciones y no en el compromiso humano: quien más invierte, decide. Así, la lógica del mercado reemplaza a la del bien común.

Mientras el modelo bancario alimenta la concentración, donde los bancos especulan con depósitos ajenos para maximizar retornos y mientras la sociedad asume los riesgos, como han demostrado las crisis financieras: beneficios privatizados, pérdidas socializadas, las cooperativas promueven la estabilidad y la participación. En ellas, el crédito es una herramienta de progreso compartido, no un instrumento de endeudamiento masivo; el ahorro no es una mercancía, sino una semilla que, al multiplicarse, sostiene a todos, construyendo comunidades más resilientes.

Uno de los errores más comunes en el lenguaje financiero es confundir el excedente cooperativo con las ganancias bancarias. Nada más alejado de la realidad. Los recursos que administran las cooperativas provienen exclusivamente de sus propios socios: quienes depositan son los mismos que solicitan préstamos, pagando intereses por su propio dinero. Estos intereses no buscan enriquecer a terceros, sino cubrir costos operativos, sueldos, mantenimiento, reservas legales, y lo que queda no es una ganancia especulativa, sino un sobrante o excedente que se reinvierte en la entidad o se distribuye entre los miembros. Ese excedente no representa lucro, sino valor compartido. La ganancia busca acumular; el excedente busca redistribuir. Y en esa diferencia, aparentemente semántica, se encierra una visión del mundo.

En las cooperativas no existen dueños ocultos ni inversionistas privilegiados: todos los socios son copropietarios, y los excedentes pueden transformarse en tasas más bajas, programas educativos o fondos de bienestar social. Los bancos, en cambio, transfieren sus beneficios a quienes invierten capital, no a quienes sostienen la economía real. Allí radica la frontera moral entre ambos sistemas: mientras el primero amplía la brecha, el segundo la intenta cerrar. Las cooperativas nos recuerdan que el capital puede tener rostro humano, que el dinero puede circular con propósito y que la economía puede construirse desde la empatía.

Sin embargo, el sector cooperativo enfrenta hoy una amenaza silenciosa: entidades que se disfrazan de cooperativas sin serlo. Operan bajo un manto legal, pero reproducen prácticas de lucro individual. Esta distorsión, facilitada por la permisividad de los entes reguladores y la displicencia del liderazgo, erosiona la credibilidad del sector y traiciona la esencia del cooperativismo. Tolerar ese fraude es permitir que la codicia suplante la cooperación y que la palabra “cooperativa” pierda su peso ético. No denunciarlo es una forma de complicidad.

Por eso, defender la autenticidad cooperativa es un acto de resistencia moral y económica. Las cooperativas de ahorro y crédito no solo difieren de los bancos en estructura y propósito; encarnan una filosofía distinta, donde el dinero es un medio y no un dios, y el éxito se mide por el bienestar común. En tiempos de desigualdad creciente, optar por el cooperativismo no es simplemente una elección financiera, sino una declaración de principios: decidir que la economía sirva al ser humano y no que lo subordine; afirmar que la riqueza se mide por lo que se comparte, no por lo que se acumula.

El autor es cooperativista.

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