Por Francisco Luciano
Doña Julia se levantó temprano, como cada mañana, en su modesta casa en Santo Domingo. Encendió la estufa con desgano, todavía inquieta por las noticias que había escuchado la noche anterior en el noticiero de televisión. Mientras ponía la greca al fuego para preparar el café, su mente seguía atrapada en un torbellino de pensamientos, intentando reconciliar las afirmaciones optimistas de los medios con la realidad que vivía día a día. Los titulares hablaban de un país en auge: una inflación controlada, un crecimiento económico que superaba al de los países vecinos y un futuro prometedor. Pero en la calle, en el colmado, en la carnicería, en la panadería, en la lavandería y en la farmacia, el lamento era unánime: los precios subían sin parar, el dinero escaseaba y el peso dominicano parecía desvanecerse en las manos.
Mientras pelaba unos plátanos verdes para el desayuno de la familia, su hijo mayor, Julio, un joven de veintitrés años recién graduado en economía y empleado en un banco de prestigio, entró a la cocina con su habitual energía matutina.
—Bendición, mami —dijo, con una sonrisa amplia.
—Dios te guarde, mi hijo —respondió Doña Julia, sirviendo el café con un suspiro—. ¿Cómo has amanecido?
—No muy bien, fíjate —confesó ella, colocando la greca a un lado y encendiendo el caldero con los plátanos—. Anoche no pegué el ojo pensando en lo que dicen en las noticias. No me cuadra. Por un lado, dicen que la inflación está bajando, pero en el mercado todo está más caro. Luego celebran que somos el país que más crece en la región, pero aquí la vida está cada vez más dura. ¿Cómo es eso posible? Pensé que quizás era solo nuestra situación, pero hablo con la vecina, con el carnicero, con la señora de la lavandería, y todos dicen lo mismo: el dinero no alcanza, los precios suben y no hay respiro.
Julio la miró con una mezcla de comprensión y preocupación. Se sentó en la mesa de la cocina, tomando un sorbo de café, mientras Doña Julia seguía pelando plátanos con el ceño fruncido.
—Mami, todo lo que dicen es cierto… pero no como lo pintan —dijo Julio, con un tono pausado, como si estuviera explicando una lección en la universidad.
—¿Cómo que es cierto? —preguntó Doña Julia, incrédula—. ¿Cómo pueden ser ciertas dos cosas que se contradicen? Si los precios suben, ¿cómo es que la inflación baja? Y si estamos creciendo tanto, ¿por qué todo se siente más caro y el dinero no rinde?
Julio sonrió, como si estuviera acostumbrado a desentrañar estas confusiones. —Te explico con un ejemplo sencillo. Digamos que en diciembre del año pasado una unidad de plátanos costaba 15 pesos. En enero, ese misma unidad subió a 20 pesos. Eso es un aumento del 33%, o sea, la inflación para ese período fue del 33%. Ahora, en febrero, el precio sube a 23 pesos. El aumento de enero a febrero es solo del 15%, así que la inflación bajó, porque el porcentaje de aumento es menor.
Doña Julia frunció el ceño, dejando el cuchillo sobre la mesa. —Pero el plátano no bajó de precio, ¿verdad? Por el contrario, está más caro. ¡Subió de 20 a 23 pesos!
—Exacto, mami —respondió Julio, asintiendo—. La inflación es menor porque el aumento fue más pequeño en términos porcentuales, pero el precio sigue siendo más alto. Por eso, aunque el gobierno diga que la inflación está ‘bajando’, la gente sigue pagando más. La carestía se acumula, y el dinero rinde menos.
Doña Julia removió los plátanos en el caldero, procesando la explicación. —Entonces, ¿la inflación es más chiquita, pero los precios siguen subiendo y todo se siente más caro?
—¡Buena estudiante! —dijo Julio, con un guiño—. Ahora, lo del crecimiento económico es otra trampa parecida. Cuando dicen que somos el país que más crece en la región, están comparando nuestra economía con la de otros países. Por ejemplo, si nuestra economía creció un 2.5% este año y la de otros países creció un 2%, el gobierno sale a celebrar que somos los mejores. Pero lo que no dicen es que, comparada con nuestra propia situación del año pasado, nuestra economía está peor.
—¿Cómo así? —preguntó Doña Julia, sirviendo otro café para ella misma—. Aplatáname eso, que me estoy confundiendo.
—Mira, es sencillo —continuó Julio—. Imagina que el año pasado, en esta casa, nuestros ingresos familiares eran de 40,000 pesos al mes. Este año, con el aumento que te dieron en el trabajo y mi sueldo, ahora son 41,000 pesos. Eso es un crecimiento del 2.5%. Pero si los precios de todo —comida, luz, transporte— subieron un 5%, en realidad estamos más pobres, porque nuestro dinero compra menos cosas que antes. Entonces, aunque crezcamos más que otros países, en nuestra propia realidad estamos peor.
Doña Julia abrió los ojos, como si una pieza del rompecabezas acabara de encajar. —Entonces, nuestra economía creció más que la de los demás, pero comparada con nosotros mismos, ¿estamos perdiendo?
—¡Brillante, mami! —dijo Julio, levantando su taza de café como si brindara por ella—. Ese es el truco. El gobierno usa números que suenan bien, como ‘baja inflación’ o ‘mayor crecimiento’, para hacerte creer que todo está mejorando. Pero en la calle, en el colmado, en el mercado, la gente siente la verdad: los precios suben, el dinero no alcanza y la vida se pone más dura.
Doña Julia negó con la cabeza, incrédula. —Es como si nos dijeran que está haciendo frío en pleno verano. Quieren que creamos que todo está bien, cuando en realidad estamos sudando la gota gorda para llegar a fin de mes.
Julio soltó una risita, levantándose de la mesa. —Así mismo es, mami. Bueno, me tengo que alistar para el trabajo.
Mientras Julio salía de la cocina, Doña Julia terminó de preparar el desayuno, murmurando para sí misma: —Estos señores del gobierno piensan que pueden vendernos espejitos y hacernos cargar el agua. Pero aquí, en la calle, nadie se come ese cuento.
Se quedó mirando el caldero, decidida a no dejarse engañar por las noticias. Desde ese día, cada vez que escuchaba los titulares triunfalistas en la radio o la televisión, recordaba las palabras de su hijo y la verdad que vivía en su día a día: los números podían sonar bonitos, pero el peso en su cartera y los precios en el mercado no mentían.
El autor es docente universitario y dirigente político.