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Alaska, será el escenario cargado de historia para la reunión Trump y Putin

PorROBBY GABRIEL

Ago 9, 2025
El presidente estadounidense, Donald Trump, y el presidente ruso, Vladímir Putin, se estrechan la mano, en una imagen de archivo. EFE/MICHAEL KLIMENTYEV / SPUTNIK / KREMLIN POOL

ESTADOS UNIDOS: La elección de Alaska como sede para el encuentro entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el mandatario ruso, Vladimir Putin, ha despertado curiosidad y lecturas simbólicas.

El encuentro, previsto para el 15 de agosto de 2025, se desarrollará en un territorio que, hace más de siglo y medio, fue parte del Imperio Ruso antes de ser vendido a Estados Unidos.

En 1867, tras la derrota en la Guerra de Crimea y con problemas financieros, Rusia decidió vender Alaska a Washington por 7,2 millones de dólares.

La operación, impulsada por el secretario de Estado estadounidense William H. Seward, fue en su momento duramente criticada y bautizada como “Seward’s Folly” (Locura de Folly), pero con el tiempo se reveló como un movimiento estratégico para EE. UU., que halló en la región recursos naturales y un punto clave en la geopolítica del Ártico y el Pacífico.

El Kremlin ha justificado la elección de Alaska como un lugar “lógico” por la cercanía geográfica entre ambos países a través del estrecho de Bering.

Sin embargo, analistas apuntan que el territorio también ofrece ventajas políticas y legales para Putin, al no estar sujeto a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, lo que reduce riesgos en el contexto de las acusaciones internacionales que enfrenta.

La reunión llega en un momento delicado, con la guerra en Ucrania aún en curso y rumores sobre posibles negociaciones territoriales.

La ironía histórica es inevitable: el mismo país que vendió Alaska hace más de 150 años podría discutir allí, en pleno siglo XXI, cuestiones de soberanía y fronteras.

Para algunos, la cita en Alaska es una maniobra calculada que busca un ambiente controlado, lejos de la influencia europea y de protestas ucranianas.

Para otros, es un gesto simbólico de poder que revive fantasmas históricos y proyecta un mensaje implícito sobre la capacidad de Rusia y EE. UU. de definir territorios sin la presencia de los directamente afectados.

Así, lo que podría parecer solo una elección geográfica encierra una narrativa cargada de historia, geopolítica y simbolismo. Alaska, testigo de un traspaso de soberanía en el siglo XIX, será ahora escenario de un diálogo que podría marcar un nuevo capítulo en las relaciones internacionales.

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