POR: FRANCISCO LUCIANO/PRENSALIBREINDEPENDIENTERD
En la humilde cocina de doña Mercedes Tejeda, un pescado fresco reposaba sobre la mesa, rodeado de un enjambre de moscas que zumbaban con insistencia. Su sobrina Cándida, arrugando la nariz, exclamó:
Tía, ese pescado está podrido! Hay demasiadas moscas. Debemos tirarlo.
Doña Mercedes, con una sonrisa paciente, le respondió:
Al contrario, niña. Las moscas no buscan lo muerto, sino lo fresco. Su presencia confirma que este pescado está lleno de vida.
En política ocurre lo mismo.
Todo proyecto vigoroso atrae miradas, adhesiones… y también oportunistas. Como las moscas de doña Mercedes, estos personajes no llegan al olor de la decadencia, sino al aroma del éxito. Por eso, cuando un movimiento crece, es natural que algunos se acerquen por conveniencia más que por convicción.
¿Debemos rechazarlos? No necesariamente.
El verdadero desafío no es ahuyentar a las «moscas», sino discernir cuáles pueden sumarse sin corromper lo esencial. Un partido fuerte —como ese pescado fresco— debe ser inclusivo, pero nunca ingenuo: abrir puertas, sí, pero con los ojos bien abiertos.
La clave está en tres principios:
- Vigilancia: Observar si los nuevos adherentes comparten los ideales fundacionales o solo buscan migajas de poder.
- Firmeza: No negociar valores a cambio de apoyo efímero.
- Astucia: Saber que no todos vienen a construir… algunos solo quieren posarse donde brilla el sol.
¿Cómo distinguir entre un aliado genuino y un oportunista? Fíjense en sus acciones cuando el proyecto atraviesa tempestades: las moscas huyen al primer trueno; los leales, en cambio, ayudan a sostener el timón.
Doña Mercedes lo sabía: lo peligroso no son las moscas, sino confundir su presencia con señal de putrefacción. En política, el éxito siempre atraerá parásitos… pero un movimiento con raíces profundas puede convertirlos en abono para crecer más fuerte.
Al final, lo que define a un proyecto no es quién llega cuando triunfa, sino quién se queda cuando lucha.